Era la fiesta de fin de año. El jefe había contratado un pequeño restaurante, lo había mandado cerrar para aquella noche de sábado especial, había encargado un menú y nos había invitado a los 34 empleados de la empresa. Algunos llevábamos a nuestras mujeres, los demás iban solos. Habían ocho compañeros divorciados y sin pareja.
Clara llevaba un hermoso vestido rojo que insinuaba mucho. El vestido era corto y escotado. Eso unido al espectacular cuerpo de mi mujer atrajo las moscas como "a un panal de rica miel". En ralidad, más que moscas eran moscones: los ocho que iban sin pareja. Durante toda la noche no paraban de seguirla, acosarla con comentarios, chistes verdes u ofreciéndole más champán para que bebiera. Clara nunca dijo que no a cada copa de champán que se le ofrecía. Yo me mantenía al margen, esperando ardientemente a que la cena acabara y sonara el disparo de salida para irnos todos, cada uno a su casa.
Al principio Clara se portó muy bien. Pero con el champán se desbordó. El champán le gusta mucho y bebió como un cosaco. El jefe pagó y se fue con su mujer. Se notó mucho que a la esposa del jefe, una mujer cincuentona, no le gustaba mucho el ambiente que se iba generando. Pero el jefe dejó pagadas cinco botellas de champán. Esa fue la gota que desbordó el vaso. Después de la partida del jefe, muchas parejas se fueron, claramente presionadas por las esposas. Yo intenté que Clara razonara y nos fuéramos. Pero el alcohol es muy fuerte. Además de nosotros dos y los ocho sin pareja, también se quedaron dos parejas jóvenes a ver que pasaba. Suponían o deseaban que algo fuerte pasara para verlo. Y así fue.
De repente, Clara se arrodilló en el suelo y empezó a bajar la cremallera de la bragueta de uno de los divorciados. Le sacó la polla y comenzó a chuparla. No es necesario decir que en ese momento ya habían varios móviles grabando la escena. Incluso las dos parejas estaban grabando con sus móviles, quiero decir, tanto el hombre como la mujer. Incluso los camareros estaban grabando con sus móviles.
No tengo mucho más que contar. Intenté levantar a Clara del suelo y llevarmela y no me dejó. Después de la primera lamida vino la segunda, después de esta vino la tercera, etc, así hasta ocho.
Al día siguiente Clara no se podía creer lo que había pasado. El domingo llamé a mis compañeros de trabajo pero me dijeron que los camareros también lo habían grabado y que era inutil esperar que nadie subaa alguna sitio o que no se propagase vía redes sociales.
FIN
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