lunes, 22 de junio de 2020

Mi joven esposa me pregunto por teléfono si podía follarse a mi hermano

Young wife and my brother

Mi esposa Dee Dee y yo nos casamos en 1975. Nos habíamos conocido durante los tres años anteriores, salíamos juntos regularmente y, al final, salió el tema de la boda. Durante este período, Dee Dee se había encontrado con mi hermano Alex en muchas ocasiones. Los tres habíamos ido de camping juntos, comido muchas comidas de acción de gracias juntos y generalmente nos veíamos en muchas ocasiones tanto en nuestra casa como en su departamento.

Dee Dee y Alex se habían llevado siempre muy bien. Ambos eran de la misma edad y habían ido a la escuela secundaria juntos. Se habían sentado juntos en la misma clase y compartido los mismos amigos. Ambos disfrutaban de la misma música y de los deportes. Alex era muy atlético y jugaba en el equipo principal de fútbol del instituto como corredor. Dee Dee corría cross country y también era cheerleader del equipo de Alex. Cada vez que había un partido, pasaban el rato juntos, él con su uniforme de fútbol, ella con el de animadora.

Cuando Dee Dee y yo nos casamos, yo sabía que ella había crecido en un ambiente familiar muy restrictivo. El sexo y la desnudez estaba mal visto por sus padres, así que ella siempre llevaba suéteres de cuello alto y cosas semejantes. La única vestimenta que se le permitía que era un poco menos asfixiante era el uniforme de animadora. Su madre había sido también animadora en la escuela secundario y en la universidad muchos años antes, Su madre siempre había querido que Dee Dee fuese animadora, que tuviese interés en la misma actividad y que fuera bastante buena como para formar parte del equipo.

Dee Dee

Mi esposa y mi sobrino

Enlace. http://www.cuckoldpage.com/cuckoldforum/erotic-story/4-mixed-feelings

Mi mujer Helen tenía cuando sucedieron los hechos 40 años bien llevados. Tiene un gran cuerpo, bonitas piernas y pelo rubio, aunque es algo baja de estatura. Vive prácticamente a dieta para mantener sus encantos. Nunca tuve la idea de ver a mi mujer con otros hombres, y mucho menos verla follar con otro. Sin embargo, siempre me ha gustado mucho ver como otros hombres giran la cabeza al verla pasar con minifaldas o pantaloncitos muy cortos.

Un día me llamó mi hermana. Su hijo había entrado en la universidad de mi ciudad y me pedía el favor de alojarlo en nuestra casa. Nosotros no tenemos hijos porque ella es estéril, así que nunca hemos usado ninguna medida anticonceptiva. Mi hermana sabe que tenemos dos dormitorios vacíos, así que no podía negarme. Aún así le dije que primero quería consultar con mi mujer. Pero Hellen no puso ningún problema, así que llame a mi hermana y le dije que si.

Francis tenía 18 años recién cumplidos cuando llegó a nuestra casa, Es un buen deportista y tiene un cuerpo que muchas mujeres desearían llevarse a la cama. Además tiene una cara amigable, es muy educado y buen conversador.

Pero enseguida me di cuenta que sus ojos seguían a mi esposa por allá donde ella fuese de un lado al otro de la casa. Mi esposa no necesita ningún aliciente para sentirse admirada, así que pronto congeniaron. Si quería encontrar a Francis, no necesitaba más que buscar a mi esposa y allí estaba él. Mi sobrino se desvivió por complacer a mi mujer (¡enseguida veremos que en todos los sentidos!). Le ayudaba a limpiar la casa, a fregar los platos, a pasar la aspiradora, en fin, en todas las tareas del hogar. En nuestros 15 años de matrimonio Helen nunca había sido tan bien atendida.

Tres semanas más tarde de la llegada de mi sobrino, unos amigos nos invitaron a una barbacoa para celebrar el ascenso del hombre en su trabajo. Quizás porque el comportamiento de mi sobrino estaba alejándome de mi esposa, bebí demasiado para olvidar. No recuerdo mucho, pero después me contaron que vomité en el jardín, También me contaron que Francis tuvo que conducir el coche de regreso a casa y que mi sobrino tuvo que llevarme prácticamente en volandas a ... el dormitorio que estaba vacío. Cuando al día siguiente le pregunté a Helen porqué me habían acostado en ese dormitorio, me respondió que lo hizo por si vomitaba, prefería que ensuciase las sábanas de esa cama que nunca usa nadie.

Hacia las tres de la mañana me desperté con una gran resaca. Por supuesto me costó un rato descubrir donde estaba y la causa por la que estaba allí. Me levanté como pude y fui a la alcoba de matrimonio. Lo que vi allí me hubiera impresionado si las circunstancias fueran distintas, pero en la situación en que estaba, me dejó algo frío y sin saber que hacer. Estaba muy aturdido.
Helen y Francis estaban en la cama follando.
Recuerdo a medias que entré en la habitación, que vomité y que caí al suelo como una saco de arena. En realidad no vomité porque ya no tenía nada en el estómago, pero si me dieron arcadas. De aquel día ya no recuerdo nada más. Supongo que les estropeé la follada.

Al día siguiente era domingo y me desperté temprano. Me extrañó estar otra vez en el dormitorio vacío, hasta que recordé que pasó la noche anterior. Pero, ¿era cierto o era solo un sueño mío?

Fui a la alcoba principal de la casa y allí estaba mi mujer durmiendo con mi sobrino, los dos desnudos apenas tapados con una sábana. ¡Entonces no fue un sueño! ¡Era verdad!

Me fui a la cocina. Estaba algo aturdido, pero hambriento después de unas 18 horas sin llevarme algo a la boca. Me preparé un café bien espeso y un par de tostadas con mantequilla y mermelada. Después de desayunar me encontré mejor. Entré en mi ... en la alcoba de matrimonio y sin hacer ruido, saqué del armario mi chándal y mis zapatillas de deporte que no usaba mucho, salí de la habitación y me cambié en en la cocina. Salí y fui a correr durante, más o menos, una hora. Durante el trayecto pude pensar en la situación. Y tomé una determinación.

Cuando llegué a casa me encontré a Helen en la cocina preparando el desayuno para ambos. Francis estaba duchándose. Y mi mujer me soltó aquello tan socorrido de:
Tenemos que hablar.
Era más que obvio que era necesario que habláramos entre los dos. Nuestra vida tenía que cambiar, al menos mientras viviera mi sobrino en casa. Pero como ya lo había decidido yo solito durante mi hora de trote callejero, decidí hablar para cortar una largar explicación que seguramente iba a tener que soportar de otro modo.
Tenéis mi permiso para hacer los dos juntos lo que os apetezca,
En el momento en que dije eso, entraba mi sobrino por la puerta de la cocina. Helen exclamó de alegría,
¡Qué alegría, cariño!
y se me echó encima, me abarzó y me dio un beso de tornillo. Fue el último. A partir de ese momento, sólo recibí besos en las mejillas de mi esposa.

Las cosas cambiaron. Hasta entonces los tres veíamos la tele por las noches de la siguiente manera: yo y Helen sentados en un cómodo sofá de dos plazas y Francis sentado en un sillón. A partir de entonces yo me sentaba en el sillón. Mi sobrino también ocupó mi lugar en la cama matrimonial. Pero de alguna manera no todos los cambios fueron un sólo cambio de lugar. Después de quince años de casados, Helen y yo no nos comportábamos de un modo cariñoso el uno con el otro. Ya sabéis, la rutina, el trabajo, la hipoteca, las preocupaciones diarias, el estrés y, en algunos casos, aunque no en el nuestro, los hijos. Pero para Helen todo cambió en este aspecto. Helen y Francis se pasaban un par de horas cada día abrazados y besándose mientras miraban la tele. Mi mujer Helen estaba viviendo en los cuarenta un romance veinteañero con mi sobrino. Al principio me costó mucho aceptarlo, especialmente los cariños y los besos, pero en un mes ya estaba acostumbrado a ello. No hay mal que cien años dure.

Voy a contar una anécdota: a principios del verano siguiente invitamos a una pareja amiga a una barbacoa en casa. Los dos miembros de la pareja no habían visto a Helen desde hacía más de un año, desde antes de la llegada de Francis. Los dos comentaron que nunca habían visto a Helen tan feliz y radiante.

Cuando acabamos la charla posterior al almuerzo, Helen dijo que tenía que ir al cuarto de baño. Entró en la casa y a los pocos minutos le siguió Francis. Esperamos los tres que quedamos en el jardín un rato largo conversando de temas sin importancia para pasar el tiempo. Stella y Mike se cansaron de esperar y se fueron, diciendo lo típico en esos casos: "Es una lástima irnos sin despedirnos de Hellen. Dale recuerdos de nuestra parte ..."

Yo entré todo el servicio de mesa a la cocina para poner el lavavajillas y lavar a mano lo que no cupiera en él. Usé la puerta de la cocina que da al patio, como es lógico. A los pocos minutos de entrar y empezar mis tareas, veo a Stella en el marco de la puerta:

"Me dejé el bolso en vuestra alcoba cuando Hellen me enseñó las reformas que habéis hecho en él. Si te parece no te molestes en subir, Ya subo yo. Sé el camino. Además tienes las manos llenas de grasa."
"Ya sabes el camino, Stella. Iría yo mismo pero como tu has dicho, tengo las manos sucias."
Yo reanudé mis tareas. Pero no pasó ni dos minutos cuando me imaginé lo que estaban haciendo Hellen y Francis en el dormitorio. Salí de la cocina como un rayo cuando vi a Stella bajar las escaleras como un rayo y sin su bolso. Subí las escaleras y me encontré la puerta de la alcoba de matrimonio abierta y a la parejita feliz follando sin darse cuenta de lo que pasaba.

En todo el año, Francis no fue a casa a visitar a sus padres y hermanos, a pesar de los ruegos de sus padres. No fue ni en Navidad ni en Pascua. Pero llegó el verano y su madre le amenazó con ir a nuestra casa a buscarle y llevárselo de la oreja. Si Francis se iba a su casa durante el verano, los amantes iban a sufrir una larga separación de más de dos meses. Helen tomó una decisión que era muy aventurada:
"Si nosotros hemos alimentado y dado hospedaje a un familiar durante casi 10 meses, yo voy a reclamar el mismo trato durante dos meses. Nos vamos los dos a casa de tus padres y dormiremos los dos juntos en tu dormitorio."
Dicho y hecho. Nada más acabar el curso, los dos se fueron a casa de mi hermana sin avisarles que iban dos en vez de uno. Yo pensé en decirle a Hellen que no fuera, que me dejaría como un cornudo consentido delante de mi hermana. Y sabiendo lo que le encanta contar y difundir chismes a mi hermana, pronto toda la familia conocería toda la historia. Durante todos estos meses mi concepción de la vida había cambiado. Ahora ya no "soportaba" que mi mujer me pusiera los cuernos en mi misma casa con mi sobrino, sino que además disfrutaba de ello. Sé que desde fuera es algo difícil de entender, pero después de los primeros meses de incomodidad, ahora veía natural y normal la situación. Además me gustaba. Me gustaba que Hellen estuviera contenta, que se la viera más "feliz y radiante", tal como la habían visto Stella y Mike. Hasta parecía más joven que un año atrás. Es evidente que no me gustaba que Helen durmiera en "nuestra" alcoba con mi sobrino; por supuesto que hubiera preferido dormir yo con ella, aunque fuera sin follar. No me importaba que fuera cariñosa con Francis, pero si que no fuera cariñosa conmigo. Durante los últimos años ninguno de los dos se había comportado de un modo cariñoso con el otro, pero desde que Hellen y Francis se pasaban el día acariciándose, besuqueándose y jugueteando, ahora deseaba yo el mismo trato.

Mi hermana no tardó en llamarme.